Monte Everest: Por Qué Crece Cada Año y la Ciencia Que Lo Explica

¿Por Qué el Monte Everest Crece Cada Año? La Ciencia Detrás del Gigante en Movimiento

Monte Everest

Imagina una montaña tan colosal que desafía los límites de la atmósfera terrestre, un titán de roca y hielo que toca literalmente el cielo. Ahora imagina que ese gigante no está dormido, sino que se eleva milímetro a milímetro cada año, como si la Tierra misma respirara bajo su peso. El Monte Everest, conocido en Nepal como Sagarmatha y en Tíbet como Chomolungma, no es simplemente la montaña más alta del planeta: es un laboratorio geológico viviente que continúa escribiendo su historia ante nuestros ojos. La pregunta que fascina tanto a científicos como a aventureros no es solo qué tan alto es, sino por qué sigue creciendo y qué fuerzas monumentales operan bajo nuestros pies para hacer posible este fenómeno extraordinario.

El Everest en Números: Más Que una Cifra Cambiante

Durante décadas, aprendimos en la escuela que el Monte Everest medía exactamente 8,848 metros sobre el nivel del mar. Esta cifra se grabó en nuestra memoria colectiva como un dato inmutable, una constante geográfica tan sólida como la roca misma. Sin embargo, en diciembre de 2020, China y Nepal anunciaron conjuntamente una nueva altura oficial: 8,848.86 metros. Ese ajuste de 86 centímetros no fue simplemente una corrección técnica de medición más precisa, sino el reconocimiento oficial de algo que los geólogos han sabido durante años: el Everest está vivo, en términos geológicos, y continúa su ascenso implacable hacia el espacio.

Cada año, esta montaña majestuosa gana aproximadamente cuatro milímetros de altura. Puede parecer insignificante cuando lo comparamos con su magnitud total, pero cuando consideramos la escala temporal geológica, estamos presenciando un evento de proporciones épicas. En un siglo, el Everest habrá crecido unos 40 centímetros. En diez mil años, podría añadir otros 40 metros a su corona ya imponente. Este crecimiento no es uniforme ni predecible año tras año, pero la tendencia general apunta hacia arriba, impulsada por fuerzas que operan a decenas de kilómetros bajo la superficie de la Tierra.

Lo verdaderamente asombroso es que este crecimiento ocurre mientras fuerzas opuestas luchan por reducir la montaña. El viento, la nieve, el hielo, la gravedad y la erosión trabajan incansablemente para desgastar el Everest, arrancando rocas, pulverizando piedras y arrastrando sedimentos hacia los valles. A pesar de esta batalla constante, la montaña gana. La explicación de esta victoria reside en el corazón mismo de nuestro planeta dinámico.

La Danza Titánica de las Placas Tectónicas

Para comprender por qué el Everest crece, debemos viajar no solo hacia arriba, sino profundamente hacia abajo, hasta las entrañas de la Tierra. Nuestro planeta no es una esfera sólida e inmóvil, sino un cuerpo dinámico compuesto por capas. La corteza terrestre, esa cáscara delgada sobre la que caminamos, construimos ciudades y cultivamos alimentos, flota sobre el manto, una capa de roca caliente y parcialmente fundida que fluye con una lentitud casi imperceptible.

La corteza no es una pieza única, sino un mosaico de enormes fragmentos llamados placas tectónicas. Estas placas, que pueden tener miles de kilómetros de extensión, se desplazan constantemente sobre el manto viscoso, moviéndose a velocidades que varían desde unos pocos milímetros hasta varios centímetros por año. Cuando estas placas interactúan, ocurren los fenómenos geológicos más dramáticos del planeta: terremotos devastadores, erupciones volcánicas explosivas y, relevante para nuestra historia, la formación y el crecimiento de cadenas montañosas colosales.

El Himalaya, y con él el Monte Everest, nació de una colisión continental que comenzó hace aproximadamente 50 millones de años. En aquella era geológica, la placa tectónica india viajaba hacia el norte a través del antiguo océano Tetis, moviéndose a una velocidad geológicamente vertiginosa. Cuando finalmente chocó con la placa euroasiática, ambas masas continentales eran demasiado ligeras y flotantes para hundirse en el manto, como ocurre cuando una placa oceánica más densa se encuentra con una continental. En lugar de eso, comenzaron a comprimirse, arrugarse y elevarse.

Imagina dos alfombras empujadas una contra otra sobre un piso liso. Los bordes se arrugan, se superponen y forman ondulaciones cada vez más altas. Algo similar, aunque infinitamente más poderoso y a una escala monumental, ocurrió entre India y Asia. La corteza se plegó, se fracturó y se apiló sobre sí misma, creando una de las características geográficas más espectaculares de la Tierra: la cordillera del Himalaya, una muralla natural que se extiende por más de 2,400 kilómetros y alberga las catorce montañas que superan los 8,000 metros de altura.

La Colisión Continúa: Un Proceso Inacabado

Aquí está el secreto fundamental del crecimiento continuo del Everest: la colisión entre la placa india y la placa euroasiática no terminó hace millones de años. Continúa ocurriendo ahora mismo, en este preciso instante, mientras lees estas líneas. La placa india sigue empujando hacia el norte a una velocidad de aproximadamente 40 a 50 milímetros por año, ejerciendo una presión colosal sobre la placa euroasiática.

Esta colisión constante genera lo que los geólogos llaman compresión tectónica. La corteza terrestre en la región del Himalaya está siendo literalmente estrujada entre dos fuerzas gigantescas, y cuando no tiene otro lugar hacia donde ir, se eleva. Es como comprimir una barra de plastilina desde ambos extremos: el material comienza a abultarse hacia arriba y hacia los lados. En el caso del Everest y sus vecinos himalayos, ese "abultamiento" se traduce en montañas que continúan ganando altura.

Los instrumentos GPS de alta precisión colocados en diversas ubicaciones del Himalaya confirman este movimiento. Estos dispositivos, que pueden detectar desplazamientos de milímetros, muestran que la región entera está en movimiento. Algunas áreas se elevan más rápido que otras, dependiendo de la geometría exacta de las placas en profundidad, la presencia de fallas geológicas y la resistencia de las rocas involucradas. El Everest, situado en una posición privilegiada dentro de esta zona de colisión, experimenta un levantamiento sostenido que supera las fuerzas erosivas que intentan reducirlo.

El Papel Sorprendente de los Ríos: Erosión y Rebote Isostático

Durante mucho tiempo, la explicación del crecimiento del Everest se limitaba a la tectónica de placas. Sin embargo, investigaciones recientes han revelado un factor adicional fascinante y hasta cierto punto paradójico: los ríos que fluyen desde el Himalaya podrían estar contribuyendo indirectamente a que el Everest crezca más rápido.

En septiembre de 2024, un estudio publicado en la revista Nature Geoscience propuso una hipótesis innovadora. Los científicos sugieren que el río Arun, uno de los principales sistemas fluviales que drena la región, ha erosionado enormes cantidades de material de las áreas circundantes durante millones de años. Esta erosión no solo talla valles profundos y espectaculares, sino que también reduce el peso sobre la corteza terrestre en esas zonas.

Cuando retiras peso de la corteza, esta responde elevándose, similar a como un barco asciende en el agua cuando le quitas carga. Este fenómeno se llama rebote isostático o ajuste isostático, y es el mismo proceso que está elevando Escandinavia desde que las masivas capas de hielo de la última era glacial se derritieron. En el caso del Himalaya, la erosión fluvial intensa en ciertas áreas alivia la presión sobre la corteza, permitiendo que esta se "descomprima" y se eleve.

Lo sorprendente es que esta elevación no se limita a las áreas directamente erosionadas. El efecto se propaga a través de la corteza rígida, afectando una región mucho más amplia. El Monte Everest, aunque no está directamente en el cauce del río Arun, se beneficia de este fenómeno regional. Los investigadores estiman que este proceso de erosión-rebote podría contribuir entre uno y dos milímetros adicionales de altura al Everest cada año, sumándose a los dos o tres milímetros que se deben puramente a la colisión tectónica.

Esta teoría revoluciona nuestra comprensión de cómo las montañas crecen y evolucionan. No solo son las fuerzas tectónicas profundas las responsables, sino que los procesos superficiales, como el flujo de agua que erosiona y transporta sedimentos, también juegan un papel crucial en el drama geológico que se desarrolla ante nosotros.

Terremotos: Episodios Dramáticos en la Historia del Gigante

El crecimiento del Everest no es un proceso suave y continuo. Es interrumpido, acelerado y a veces temporalmente revertido por eventos sísmicos violentos. El Himalaya es una de las regiones sísmicamente más activas del planeta, precisamente porque la colisión de placas genera tensiones enormes en las rocas. Estas tensiones se acumulan durante años, décadas o incluso siglos, hasta que la roca no puede soportar más y se fractura súbitamente, liberando energía en forma de terremotos.

El terremoto de Nepal de abril de 2015, con una magnitud de 7.8, fue un recordatorio dramático de las fuerzas que operan bajo el Himalaya. Este evento devastador cobró casi 9,000 vidas y destruyó cientos de miles de edificios. Desde una perspectiva geológica, también fue un episodio significativo en la evolución del Everest. Las mediciones posteriores al terremoto mostraron que ciertas áreas del Himalaya se desplazaron varios metros horizontalmente, mientras que otras experimentaron cambios verticales.

Curiosamente, el Everest mismo se movió ligeramente hacia el suroeste durante el terremoto, aproximadamente tres centímetros. Hubo especulación inicial de que la montaña podría haber perdido algo de altura, pero estudios posteriores con tecnología GPS de precisión confirmaron que cualquier cambio vertical fue mínimo. Lo que este evento demostró es que el Himalaya respira, se contrae y se expande en escalas de tiempo humanas, no solo geológicas.

Los terremotos son, en cierto sentido, el mecanismo mediante el cual se libera parte de la energía acumulada por la colisión continental. Cada sacudida es un reajuste en la compleja geometría de las placas. Entre terremotos, las tensiones se acumulan nuevamente, y el ciclo continúa. Este proceso, repetido millones de veces durante millones de años, es fundamental para entender no solo el crecimiento del Everest, sino la arquitectura entera del Himalaya.

Erosión vs. Elevación: Una Batalla Constante

Mientras las fuerzas tectónicas empujan el Everest hacia arriba, otras fuerzas trabajan incansablemente para derribarlo. La erosión es el gran antagonista en esta historia geológica, una fuerza implacable que nunca descansa. El viento transporta partículas de hielo que golpean las rocas expuestas con la fuerza de un chorro de arena. Los ciclos de congelación y descongelación fracturan las piedras, infiltrándose en grietas microscópicas que se expanden cuando el agua se congela, rompiendo eventualmente bloques enteros de roca.

Las avalanchas y los deslizamientos de rocas son eventos comunes en las laderas pronunciadas del Everest. Cada uno de estos eventos transporta material desde las alturas hacia los valles, donde ríos turbulentos lo arrastran aún más lejos, finalmente depositándolo en las llanuras de India y Bangladesh, a cientos o miles de kilómetros de distancia. En términos absolutos, se estima que el Himalaya pierde miles de toneladas de material cada año debido a estos procesos erosivos.

Sin embargo, la batalla entre erosión y elevación no es equilibrada. Si lo fuera, las montañas no crecerían. El hecho de que el Everest continúe ganando altura significa que la tasa de elevación tectónica supera la tasa de erosión. Esta es una característica de montañas jóvenes y activas como el Himalaya. En contraste, cadenas montañosas antiguas, como los Apalaches en América del Norte, han dejado de crecer porque las fuerzas tectónicas que las formaron cesaron hace millones de años, y ahora la erosión es la fuerza dominante, reduciendo lentamente esas montañas ancestrales.

Existe un equilibrio dinámico en juego. Si la elevación tectónica se acelerara significativamente, el Everest crecería más rápido, pero también se volvería más pronunciado e inestable, lo que a su vez aumentaría las tasas de erosión. Por otro lado, si la elevación se detuviera, la erosión eventualmente comenzaría a reducir la montaña. El Everest existe en ese punto intermedio fascinante donde ambas fuerzas están activas, pero la elevación mantiene una ligera ventaja.

Tecnología Moderna: Midiendo lo Imposible

Determinar la altura exacta del Monte Everest y rastrear su crecimiento ha sido un desafío técnico extraordinario que ha evolucionado dramáticamente con el tiempo. Las primeras mediciones del siglo XIX se realizaron mediante triangulación, usando instrumentos ópticos para medir ángulos desde puntos distantes en las llanuras de India. Fue así como, en 1856, el topógrafo británico Andrew Waugh declaró que el "Pico XV" era la montaña más alta del mundo, con una altura de 8,840 metros.

Hoy, la tecnología ha transformado radicalmente nuestra capacidad para medir montañas. Los sistemas GPS de precisión, que utilizan señales de satélites para determinar posiciones con exactitud milimétrica, se han convertido en herramientas estándar. En 2019 y 2020, tanto China como Nepal enviaron equipos de topógrafos a la cumbre del Everest equipados con receptores GPS de última generación y otros instrumentos de medición.

Estas expediciones no fueron simples paseos por la montaña. Requirieron meses de planificación, aclimatación cuidadosa a la altitud extrema y coordinación con condiciones meteorológicas favorables. Los topógrafos tuvieron que alcanzar la cumbre, establecer puntos de medición precisos y recopilar datos durante períodos específicos para garantizar la exactitud. El hecho de que ambos países realizaran mediciones independientes que convergieron en resultados casi idénticos demuestra la robustez de las técnicas modernas.

Además del GPS, otras tecnologías contribuyen a nuestro entendimiento del Everest. Los satélites de observación terrestre pueden detectar cambios en la elevación del terreno mediante técnicas como interferometría de radar. Los sismógrafos distribuidos por toda la región monitorean constantemente la actividad tectónica, proporcionando datos cruciales sobre cómo las placas se mueven y interactúan. La combinación de todas estas fuentes de información crea una imagen multidimensional del Everest como un sistema dinámico, no simplemente como una montaña estática.

Implicaciones Climáticas y Futuras

El crecimiento continuo del Everest no es solo una curiosidad geológica; tiene implicaciones más amplias para el clima, la ecología y la vida humana en el Himalaya. A medida que la montaña crece, su interacción con los patrones atmosféricos también evoluciona. El Himalaya actúa como una barrera masiva que influye en los monzones del sur de Asia, bloqueando masas de aire húmedo que traen lluvias vitales para miles de millones de personas.

El cambio climático añade otra capa de complejidad a esta historia. Los glaciares del Everest y del Himalaya se están derritiendo a tasas aceleradas debido al calentamiento global. Este deshielo no solo afecta el suministro de agua para comunidades río abajo, sino que también podría influir en los procesos erosivos. Más agua de deshielo significa más erosión fluvial, lo que podría potencialmente aumentar el efecto de rebote isostático mencionado anteriormente, contribuyendo paradójicamente a un crecimiento más rápido de las montañas.

Mirando hacia el futuro, los científicos predicen que la colisión entre la placa india y la placa euroasiática continuará durante millones de años más. La India no muestra signos de desacelerar su viaje hacia el norte. Esto significa que el Himalaya, incluido el Everest, continuará elevándose, aunque la tasa exacta dependerá de factores complejos que aún estamos comenzando a comprender completamente.

En escalas de tiempo geológicas extensas, decenas o cientos de millones de años, eventualmente la colisión podría cesar. Quizás la placa india finalmente se fusione completamente con Asia, o tal vez las fuerzas tectónicas cambien de dirección debido a reorganizaciones en el manto profundo. Cuando eso ocurra, el Everest dejará de crecer, y la erosión comenzará su lento pero inexorable trabajo de reducir lo que alguna vez fue el techo del mundo.

La Montaña Viviente: Una Lección de Humildad y Asombro

Al final, la historia del crecimiento continuo del Monte Everest es una narrativa sobre la naturaleza profundamente dinámica de nuestro planeta. Vivimos sobre una Tierra inquieta, donde continentes chocan, montañas se elevan, océanos se abren y se cierran, todo en una escala temporal tan vasta que desafía la comprensión humana. El Everest no es una reliquia inmutable del pasado, sino un participante activo en procesos geológicos que comenzaron hace millones de años y que continuarán mucho después de que nuestra especie haya desaparecido.

Para los científicos, el Everest es un laboratorio natural invaluable. Estudiar su crecimiento, su geología y su interacción con los procesos superficiales proporciona ventanas únicas hacia el funcionamiento interno de la Tierra. Cada nuevo descubrimiento, ya sea sobre el papel de los ríos en el rebote isostático o sobre la geometría exacta de las placas tectónicas en profundidad, enriquece nuestro conocimiento y refina nuestros modelos del planeta.

Para los montañistas y aventureros, el Everest representa el desafío definitivo, un lugar donde los humanos confrontan sus límites físicos y mentales. Saber que la montaña que escalan está viva, creciendo bajo sus pies, añade otra dimensión de asombro a una experiencia ya extraordinaria.

Para el resto de nosotros, el Everest es un recordatorio de que incluso en una era de tecnología avanzada y conectividad global, existen fenómenos naturales que nos superan completamente. El crecimiento implacable de esta montaña, impulsado por fuerzas que operan a decenas de kilómetros bajo tierra y desarrollándose a lo largo de eones, nos invita a adoptar una perspectiva más amplia sobre nuestro lugar en el cosmos y sobre la escala temporal en la que la naturaleza opera.

El Monte Everest seguirá creciendo, milímetro a milímetro, año tras año, indiferente a nuestras mediciones, nuestras expediciones y nuestros intentos de comprenderlo completamente. Y quizás esa sea la lección más valiosa que esta montaña viviente puede enseñarnos: que hay procesos en este universo mucho más grandes que nosotros mismos, que operan según sus propias leyes inmutables, y que nuestra mayor sabiduría radica en observar, aprender y maravillarnos ante la magnificencia de la creación geológica que continúa desarrollándose ante nuestros ojos.


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